miércoles, 9 de diciembre de 2009

Capítulo I



¿Que si me siento bien? Sí mi´jo, quedate tranquilo que estoy bien. No te hagás problema. Además vos sos muy chiquito como para preocuparte por los demás, por más viejos que estemos, ¿sabés? Aparte, estas cosas pasan y no hay otra que resignarse, lamentablemente. En serio, creeme, estoy fenómeno. Bah, ¡que te voy a mentir a vos! Si al fin y al cabo sos mi nietito, sos de mi misma sangre, ¡sos de los Gutiérrez! La verdad es que estoy desahuciado, mirá, vení, tocá, sentí como me late el cuore. Quién ocupará su lugar, me pregunto, decime, por favor. Bue dejá, no me hagas caso que estoy sin dormir. Debo tener una jeta de velorio que se me nota todo ¿no? ¡Ja! Mirá lo que vengo a decir justo ahora. Pero bue, ya estoy viejo pa´ estos trotes, así que vení Santinito, vení que te voy a contar qué es lo que le anda pasando al abuelo Tito. Venga señorito, sentémonos por acá a un costado así descanso la cintura mientras leen las oraciones, total no hay porqué escucharlas. Supongo que al “Flaco” no le hubiera gustado que en su funeral leyeran esas cosas. De hecho solía decir que como siempre a uno le imponen bastante cómo hay que vivir, al menos él decidiría cómo morir. ¿Qué paradoja no? Pero qué se le va a hacer, todavía no hemos creado un cementerio de la denominada familia del fútbol, así que por ahora lo vamos a dejar descansar al lado de mi viejo y mi abuelo. ¿Que quiénes son? Y... serían tu bisabuelo y tu... tu tatarabuelo creo que se dice pero no estoy seguro. En fin, ¿sabés lo que te perdiste? Dos personajes de novela mirá, y a ellos les hubiera fascinado conocerte, mi vida, pero bue, como te dije, las cosas son así y hay que aprender a convivir con eso. Vení, pongámonos por allá, debajo de ese techo que el cielo está todo encapotado y en cualquier momento se larga. ¡Qué cosa eh! Siempre, pero siempre, están grises y a punto de llover los días de entierro. Igualmente fijate la cantidad de gente que vino, es una multitud. Así que dale, vayamos por allá que tanta gente me asfixia y ya me cayó la primera gotita. Menos mal que la abuela me hizo traer el sobretodo viejo, aunque te diré que se nota que las polillas en casa, no tienen de qué quejarse.


Ahora que me preguntaste cómo estaba, la verdad es que me dieron ganas de desembuchar todo. Y mirá que cuando empiezo a chamuyar, me largo y no me para nadie, me sueltan la rienda bah, como a tu viejo, que se le suelta la cadena, no por casualidad le dicen “loco”, pero eso es otra cosa, ya te voy a explicar más adelante, esperá, ¿se? Pero ahora, ¿estás para escucharte una historia? Te prometo que tiene de todo querido: angustias y alegrías, emociones de lo más variadas, fantasmas de todos los colores, pero no los que vos conocés, bah, vos sólo sabés del cuco nomás... ¿qué? ¡No! No te asustés, no me hagas esto que después tu viejo me mata... no, no, creele al abuelo que el cuco no existe, ¿se? Tomá, usá mi pañuelo, que ya está medio empapado pero sirve igual. ¿Ya está? ¿Mejor? Dale, dale campeón, dale que hablaba de otras cosas. Lo que te decía es que este cuento tiene de todo. ¿Pero seguro que lo querés escuchar? Porque a los pibes de tu edad no suelen interesarle estas cuestiones. ¿A vos sí? ¡Que bueno! ¡Que alegría me das nietito! Ojalá te guste. Recapitulemos entonces, porque mi memoria flaquea un tanto... parece que el alemán viene galopando nomás. Pero vos preguntá si no entendés y asentí con la cabeza si vamos bien, ¿´tá? Como te decía, este relato tiene de todo: una palestra de colores emocionales, ¿viste que bien que habla el abuelo? Eso es por mi viejo, que era un tipo muy culto y, si bien me dejó dedicarme al fulbo por un tiempo, siempre me rompió, con razón, para que siguiera estudiando y capacitándome. Pero en fin, perdón, volvamos al tema que nos convoca. Entonces, tenemos todo lo que se te ocurra: aventuras y reflexiones, risas y llantos, personajes gloriosos y otros que mejor ni nombrar, acontecimientos de lo más bizarros y sucesos llenos de emoción y dramatismo.


Te prometo que es lo más cercano a una película de esas de los yanquis, en las que pasa de todo, pero de las buenas eh, las que te dejan algo, porque el fútbol, querido mío, el fútbol da para mucho más de lo que se ve en la cancha. ¿Sabés a qué me hace acordar esto? A la historia del “Gallego” González en el ciclón de Boedo en el año ´95. ¿Cómo que no te acordás? Ahhh, es que vos sos más joven que la historia misma, chiquitín. Bueno, mirá, lo que pasó es que San Lorenzo venía acechando al lobo platense que iba a salir campeón por primera vez en su historia. Y el ciclón no ganaba un torneo hacía ya veintiún años. Imaginate cómo estaba la gente. ¡Desesperada! ¡Hambrienta! Y justo se dieron una serie de acontecimientos que ningún amante de este deporte puede darse el lujo de olvidar jamás. Primero, el “bambino” volvió al barrio, dispuesto a comandar la nave... ¡el bamba! ¿Sabés cómo nos saltaba el bobo a los fanáticos?... ¿El bambino? ¿Qué lo escuchaste nombrar pero no sabés mucho de él? Y bue, por hoy lo vamos a tener que dejar porque ese personaje se merece un día entero de anécdotas, pero lo cierto es que regresó para dirigir al equipo y lo llevó a la gloria máxima después de que este “Gallego” González del que te hablo, impulsara la bocha al fondo de la red en pleno Gigante de Arroyito en la última fecha, más allá de que se lo confundiera con el “Pampa” Biaggio, je. Ya te voy a mostrar algún día fotos de lo que era la hinchada ese día; parecía las tribunas del estadio de Vélez cuando disputamos el ascenso en el ´82 y copábamos todo el lugar para alentar al ciclón. Sin embargo, lo importante fue que este muchacho, el gaita, en un partido contra Belgrano de Córdoba, venía directamente del velorio de su viejo, justo uno como en el que estamos ahora nosotros. ¡Imaginate lo que sería ir, así como estamos, sin dormir, a pelear el torneo de Primera División! Y el milagro ese fue a meter la zabeca justo ahí, ahogando las gargantas cordobesas dispuestas a aguarnos la fiesta; provocando el delirio de los hinchas azulgranas y quedando para siempre en las retinas de los fieles que como cada domingo los seguimos contra viento y marea. Creeme, el estadio entero se vino abajo, la gente en sus asientos se abrazaba con el de al lado como si se conocieran desde siempre, y entre todo ese bullicio embriagador, se erigió la figura del centrofóbal que la venía peleando desde el banco y en ese momento lloraba a la salida de la montonera que sus compañeros le edificaron encima. Miraba al cielo con un torrente de lágrimas recorriendo sus mejillas y señalaba con sus dedos índices la bendición que esa tarde noche del ´95 se había hecho presente en el bajo Flores. ¡Mirá vos! Me acuerdo y se me pone la piel de gallina. ¿Cómo uno puede olvidarse de una cosa así? ¿Me querés decir cómo?


Disculpame Santino querido, perdoná, es que el abuelo se larga a hablar y no lo para nadie. ¿Pero entendiste lo quise decir, no? Bien, porque en definitiva, lo que deseo que comprendas es que lo que te voy a relatar a partir de ahora es una historia tan fantástica e increíble como aquella, o tan conmovedora como la de Mauro Amato, que una vez festejó su gol besando a su mujer cuando justamente se encontraba en el césped trabajando como fotógrafa. Todas esas variedades tiene este grandioso deporte. Pues como te dije antes, el fútbol no sólo es un deporte, es mucho más que eso, es para nosotros, fundamentalmente los rioplatenses, un estilo de vida. Es un fenómeno que hace estallar los límites de lo deportivo, insertándose en nuestra historia, nuestra cultura y nuestra tradición. Como el tango, pero sobre eso ya me explayaré más delante. ¿Te gusta el tango, no? ¿Nunca lo escuchaste? ¿Cómo puede ser posible mi´jo? ¿Seguro que sos nieto mío vos? Dejá, no te preocupes que ya te recitaré algunas estrofitas, pero ojo eh, porque una vez adentro tuyo, tanto el tango como el fulbo, ya no se los puede extirpar de tu vida. Ahora bien, ¿qué te parece si arrancamos con el relato? ¿Sí? Bueno, acordate que se trata de una historia de recuerdos y de un presente que intenta regarlos día a día. No te olvides de eso. Empiezo nomás eh, ponete cómodo, pero antes te pregunto de nuevo, ¿seguro que me vas a seguir? ¿no sos muy chiquito vos? ¿cuántos años decís que tenés, que siempre me olvido? ¡¿Cinco?! ¡La pucha que pasan los años eh! Y sí, los años pasan nomás...



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“¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos! / Eran otros hombres más hombres los nuestros. / No se conocía cocó ni morfina / Los muchachos de antes no usaban gomina. / ¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquellos! / ¡Veinticinco abriles que no volverán! / ¡Veinticinco abriles! ¡Volver a tenerlos! / ¡Si cuando me acuerdo me pongo a llorar!...“ ¡Qué tangazo por dio´! ¿Nunca lo escuchaste? ¿Cómo puede ser? Bue, pero esa introducción te debe sonar seguro, ¿no? ´tá bien, dejá, que sino me pongo pesado y evidentemente no sos tanguero; pero no mutiles mi ilusión, que para el final de esta historia espero ya sientas el gotán bien dentro tuyo. Ahhh, este se llama Tiempos Viejos, y es de Romero y el gran Canaro. No te lo canto todo, primero que nada, porque no puedo cantar ni el bingo, y segundo, porque como no conocés, te vas a aburrir, pero con estos simples versitos alcanza como para introducirte en la historia.


Todo comenzó hace mucho, pero mucho tiempo. Para que te des una idea, en este siglo por supuesto que no fue, pero tampoco en el anterior, sino que en el anterior a ese. Mirá si tenemos pa´ charlar. Lo cierto es que a fin del siglo XIX, las oleadas migratorias traían barcos al puerto como ahora, pero en vez de aparecerse con aparatos electrónicos desde la otra punta del globo, en ese momento, desembarcan miles y miles de europeos que venían a hacer la América. Sí, así se decía, porque venían en busca de una mejor vida en nuestro continente, básicamente acá y en ese país del norte que prefiero no nombrar. Llegaban hechos bolsa porque escapaban a un montón de problemas que mejor leelos en un libro de historia porque tengo miedo de pifiarle a algún dato clave y que me tilden de burro, ¿sabés? Mejor buscalo ahí. Pero lo que te quiero contar es que entre toda esa masa de gente, ahí estaba mi abuelo, que venía directamente de España siendo muy jovencito, como vos me atrevo a decir. Y... él es del 1890 y creo que asomó allá por el 1895 más o menos. Sí, como vos sería. Pero no tenía tu estilo de vida, por suerte para vos. Porque si bien la Constitución decía una cosa, con el suelo próspero, la tierra de la igualdad y no sé qué más, la realidad mostraba otra totalmente diferente.


Los jóvenes de aquella época trabajaban casi todos, para ayudar con la economía de la casa. Algunos sí tenían la fortuna de poder estudiar, pero igualmente trataban de hacer algo aparte como para aportar unos pesitos de más a la familia. En general, se hacía de cadete, haciendo trámites o cargando las cajas y bolsas que los grandes no querían o ya no podían tolerar. Los almacenes, las cafeterías, las ferreterías o mismo las construcciones, que por ese entonces había cada dos metros, algo así como ahora, pero para los costados y no para arriba, ¿entendés?, entonces, todos esos ámbitos eran los más explotados. Usualmente los españoles se dedicaban al rubro alimenticio y los tanos a las obras, había excepciones, pero por lo general no. Tal es así que el padre de mi abuelo, a quien no conocí y cuyo nombre no recuerdo, edificó ladrillo por ladrillo la carnicería que aún hoy atendemos en familia, al igual que la casa donde los domingos almorzamos todos juntos, ahí en el pasaje Del Comercio, entre la Avenida Asamblea y Salas. Y la carnicería es la misma de siempre, la que está sobre Avelino Díaz, entre Cachimayo y Emilio Mitre, a la vuelta del club, donde al menos en algún momento hemos trabajado todos los Gutiérrez. ¿Vos no? Sí, jaja... tenés razón, pero ya lo harás seguramente, o no, las cosas cambian. Recuerdo a mi viejo, de quien ya te hablaré más, que se iba bien temprano de casa, en bicicleta, aunque el local quedase a unas pocas cuadras de casa, pero decía que quería ejercitarse para estar en forma nomás, porque la vieja se merecía un tipo pintón. Ese sí que la sabía lunga. Aún retengo su imagen, yéndose con los broches en los pantalones, para que no se le engrasaran, o lo que es peor, que se le engancharan con los rayos de las ruedas y después se tuviese que bancar los gritos de mi vieja mientras los recomponía. ¡Qué carácter que tenía la viejecita! Qué lástima que tampoco a ella la conociste, pero bue, de ella también te contaré más adelante. Ahora volvamos a mi abuelo.


Entonces, mi abuelo... uhh, que despistado, te hablo de él, pero no te lo presenté todavía. Mirá, se llamaba José Antonio Gutiérrez, y le decían, de forma más que original, “gallego”. No, no es el mismo del que te conté antes, el del gol de cabeza, aunque sí que cabeceaba mi abuelo también eh. Jugaba bien de centrofóbal, como todos los Gutiérrez, pero teneme paciencia, ya te voy a hablar más de sus habilidades futbolísticas. La cuestión es que el abuelo comenzó a ayudar a su padre en la carnicería, pero de todas maneras, continuaba siendo un chico y como tal, quería jugar y divertirse. Entonces solía juntarse con una barra de pibes de la zona, cerca del Parque Chacabuco, a pelotear un rato en la vereda misma. Eran todos inmigrantes o hijos de expatriados, desconsolados gringos desarraigados que escondían sus penas en la pelota, el tango o en los burdeles del arrabal. ¿Ya te hablé del tango? ¿No? Ya lo voy a hacer, ¿y de los burdeles? Ja, eso sí que lleva tiempo, pero lo hay, estas ceremonias suelen ser largas, así que en un rato te cuento. La verdad es que no había muchas más cosas para hacer y claro, antes se jugaba así, sobre la vereda nomás, que además, todavía no estaba pavimentada. Y la pelota, bue, ni era un pelota digamos, sino que se armaba algo similar con papel y se la ataba con hilo. Recuerdo la primera que compramos mi primo Félix y yo, después de cargar cajones de manzanas para el ponja de la vuelta de casa, ¡por un mes eterno!... ¡una pulpito! ¿Sabés lo que era? Éramos la envidia de toda la cuadra, pero pará, pará que sigo con lo de mi abuelo. En fin, él se juntaba a pelotear con sus amigos y cuando se fueron haciendo más grandes, se les metió la idea de formar un equipo con todas las letras. Empezaron a jugar con otras barras de pibes, a veces en la vereda, y otras, cuando la cosa se ponía seria, se acercaban al parque y ocupaban un espacio verde y más extenso. Por lo que él me contó, eran buenos de verdad, así que decidieron, cuando ya tenían entre 15 y 17 años, armar un club de barrio. Ahí mismo, en Parque Chacabuco. ¿Y cómo lo llamaron? Muy bien, Santino, estás atento che. Claro, lo bautizaron “Asado y Tinto, Club Social y Deportivo de Parque Chacabuco”. ¿La razón? Y bue, como te dije antes, no había muchas más cosas para hacer cuando no se laburaba. Se peloteaba un rato nomás, pero después, cuando terminaban, los chicos se sumaban de querusa a las comilonas de los grandes, donde más de uno de los pibes, por lo que contaba el abuelo, ya le entraba al tinto que daba miedo.


Y fue así que, hace ya más de cien años, ese grupo de jóvenes, dentro del cual estaba mi abuelo, convirtió su esfuerzo en una aventura que hoy es nuestro querido club. Pero ojo que no siempre fue así como lo ves vos ahora, con las canchitas, con el bufete, y los salones. No, empezaron muy de a poco. Al principio instalaron la tesorería en la casa del abuelo, que decían que era bastante amarrete, y le pidieron el terrenito de Cachimayo 1315 a un tano cafiolo que no lo usaba y lo tenía bastante dejado. Durante un tiempo, le pagaron un mínimo alquiler, pero después, el mismo tano se entusiasmó al ver las ganas que volcaban los chicos en poner en condiciones el terreno después del trabajo o la escuela; y culminó regalándoselos, a condición de que lo nombraran socio fundador del club. Y así fue nomás. El 9 de Octubre de 1907 quedó constituido como club oficial, con sede justamente en Cachimayo 1315, en una reunión que se celebró en el café de la esquina de Asamblea. Sé que a los menores no los dejaban entrar al bar, pero sólo por esa única vez, se los permitieron. Además, en esa época, los jóvenes no eran tan jóvenes. Con el tiempo, juntaron las chirolas para conseguir un sello de goma con el nombre del club y se dirigieron sin pensarlo a inscribirse en la que se conocía como la Asociación Argentina de Foot Ball. Asentaron el escudo de la institución, el mismo que se ve sobre las puertas de entrada, ese que, bien tanguero, deja leer nuestro nombre enmarcado en un típico fileteado porteño como el que hoy día podés ver en muchos colectivos. Entonces, con todo eso, se largaron a la cancha nomás... y llegaron a jugar contra el mítico Alumni, con los ya desaparecidos Boca, River o Independiente, e incluso unos años más tarde, con el ciclón de Boedo. ¡Por supuesto! Con San Lorenzo de Almagro, el otro club que ocupa un pedacito de nuestro corazón. Vos sabés que a nosotros, si bien somos insignificantemente más añejos, no nos ha ido tan bien como a ellos, entonces, por cercanía, nos hemos encariñado mucho con tal institución, y la hemos seguido mientras se mantenía en lo máximo del fútbol argentino, a la par que el Asado y Tinto volvía a las fuentes y se consolidaba como club de barrio a secas. Pero cuidado, porque nunca fue tan sólo un club de fútbol. Fue y es mucho más que eso.


El Asado y Tinto siempre fue un club social, como su nombre lo indica, de esos que lamentablemente ya no hay. Esos clubes donde podés encontrar a toda la familia dispersa por sus rincones. Empezando por los hombres que lo erigieron desde chicos, cuando teñían las veredas con sus ilusiones futboleras, y siguiendo con sus mujeres, sus eternas compañeras, que hartas de la pelotita, le impregnaron al club un poco de su estilo. Un verdadero club de barrio, de rioba, ¿me entendés? Bah, vos sabés, porque tu viejo te hace ir, pero lo tenés que querer para comprenderme bien. Dejá, seguí escuchando, ¿vas bien? Bueno, mejor. Entonces, en estos lugares podés cruzarte con generaciones y generaciones de hombres y mujeres. Ellas, en algún taller de corte y confección, armándoles las camisetas a sus novios, maridos o simplemente, filitos; en otro salón, jugándose algo, quizás un burakko o una canasta, donde se desafían que meten miedo, mirá; o hasta en otra salita, bailando alguna milonga o enseñando danzas clásicas a las más pizpiretas. Y ellos, ellos también se juntan pa´ timbear, pero nada de canasta o esos juegos que hagan tambalear su hombría; lo de ellos es el tradicional truquito o el tanísimo tute cabrero, por supuesto, con los porotos a mano. No te das una idea de lo que era el Flaco jugando al truco, ¡más mentiroso era! Todavía me acuerdo de su imagen, serio, con una mínima mueca de soberbia, contando sobriamente alguna anécdota hasta que te despistabas y ahí, ahí te sacaba hasta los botones de las camisas. ¡Que viejo zorro ese! Y qué cuadro ese, con la figura del setentón, sentado, ininmutable junto a su vaso largo de hesperidina con un chorrito de soda.


Bueno, sigamos entonces con el club, que si me largo a hablar del flaco me pierdo. Además, ya te contaré de él más adelante. En fin, te decía de los hombres pues, entonces, los que no están tan grandes forman un equipo de fútbol lo más competitivo posible y empiezan a figurar en algún torneo zonal, como te conté que pasó con mi abuelo y su barra de amigos. Lo hacen ante la atenta mirada del resto de los integrantes del club, que alientan desde las gradas, generalmente de madera, es decir, el famoso tablón. Hasta los más chiquitos, los pebetes como vos, asisten a la misa dominguera, o sabática como en nuestro caso, y mientras sus ídolos se despliegan en el campo, ellos los imitan a un costado, en un espacio justo y fantástico para ellos, soñando alguna vez llegar a ser como ellos; a diferencia de los ancianos, quienes en cambio, añoran sus viejos buenos tiempos de deportistas. Es muy común en ellos escuchar las típicas frases “el fulbo ya no es lo que era”, “ahora se corre mucho más” o “ya no hay espacios”, ¿no? ¿Las escuchaste? Y sí, debo admitirte que alguna de esas ya se me ha escapao, pero por supuesto, no es ley que eso suceda mi´jo. Que la boca se me haga a un lao si llego a eso. Pero ojo eh, que no los contradigo, pero tampoco creo a rajatabla que todo tiempo pasado sea mejor, y además siempre se dice lo mismo, década tras década, con lo cual pienso a veces, o en los comienzos del deporte directamente se caminaba o, en unos lustros de acá en más, si seguimos a este ritmo los jugadores van a competir en aviones.


¿Ya te vas pintando un cuadro de los que son estos fenómenos culturales? Porque esa es mi intención, que te queden bien grabados, porque como te dije antes, desgraciadamente, estos clubes, legendarios y quiméricos puntos de reunión, nos han dejado ya, o prácticamente, como el flaco, ¿sabés? Sin embargo nos han dejado también muchas cosas; sus ideales, su tradición y su vigor para mantener lo nuestro, el cultivo de la amistad, los buenos valores... y los buenos olores, ¿por qué no? ¡Cuántos asados, picadas, guisos y bebidas como un soberbio tinto o un relajante vermucito! En esas grandes comilonas se reúne todo el barrio, vos has participado en alguna, ¿qué te voy a contar? Pero dejame, dejame que me entusiasmo, están todos, desde los bebés, cuidados por las adolescentes que ya juegan a ser madres, hasta los más viejos de los viejos, que sentados en las cabeceras, ven pasar las bandejas y las generaciones con buen gusto. A los costados de las interminables mesas, entremezclados todos, levantan los vasos sin fondo, y festejan su existencia, festejan y agradecen al presi y a sus colaboradores por su inmensurable esfuerzo, conmemoran no sé cuántos años de vida y piden por muchos más. Y todo ello, sin perder de vista los pingüinos, porque seguramente aparecerá algún otro argumento para brindar. Y nadie apelará, por supuesto que no. ¡Claro que no! Porque siempre hay algún motivo pa´ festejar mi´jo. Como ahora, que si bien hemos sufrido una pérdida importantísima, ello ha sido en pos de algo mucho más grande aún. No hay mal que por bien no venga macho, así que vení, quedate cerca que ahora empieza lo bueno pero antes dame un respiro ¿se? Traeme un cafecito que hace frío y ya tengo la garganta reseca ¿´tá bien? Dale que cuando volvés te cuento qué es lo que pasó con nuestro querido club.

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